Quiero saber hacer todo sin aprender a hacer nada, quiero un mundo dócil que se duerma conmigo y me lama de amor narcótico absoluto inspirador, quiero infinitas vidas paralelas para ser todos los yóes incompatibles y experimentar todas, todas las felicidades del universo.

Alcanza con estar vivo para querer festejar, nos llenamos de motivos para refocilarnos en vicios, y el más ordinario y propicio para darse al estropicio es el aniversario de aquel primer natalicio. Es una buena ocasión para una amena reunión de sanos divertimentos, amigos, música, vino y algún otro condimento. Quizás festejen de más y cunda el descontrol, quizás cumplas para atrás por la locura y el alcohol, pero cuando salga el sol para hacer punto y aparte, el daño no va a importarte, vas a tener todo un año para recuperarte.

Me gusta mucho el frío. Me maravilla cómo llena los silencios, cómo resalta el hogar, entumece la piel frontera con el mundo y la conquista. Le tengo singular amor a su desafío: a desenvainar sonriendo el whisky utilitario, el chocolate lento y la trinchera del abrazo. 

Pero lo que más me fascina del frío, lo que me convence de su carácter divino, es que cuando llega, nadie, pero nadie deja de mencionarlo.